viernes, 16 de octubre de 2009

La diagonal endiablada





Estaba bien pegado a la raya, como todo el partido. El tres no me podía agarrar pero igual no me dejaban meter la diagonal, el seis me cerraba siempre. Cada vez que lo dejaba en el piso al tricota, aparecía el carnicero y me pechaba. El laiman no decía nada. Me veía tirado y no levantaba la bandera. El árbitro agitaba los brazos y gritaba “Siga, siga”. El nueve me quería comer. Hice un par de desbordes, pero no me salían los centros. Se iban afuera. El arquero me miraba lejos, tenía clavados los ojos en el rulo, que esperaba con el cuchillo en el área.
La cancha rugía, me gritaban de todo. La puteaban a la vieja, no sabían que se había muerto.
Yo seguía, encaraba siempre. Pero el seis me empujaba y se quedaba con la pelota. Me dolían las costillas, a cada empujón las medias me iban quedando flojas. Nadie me miraba, querían que la pasara rápido, no entendían que un win tiene que ir bien hasta el fondo y tirar el centro. O dejar al tres en el piso y arremeter contra el área. No sé qué partido estaban mirando esos bobos.
Los minutos iban pasando, no la podíamos agarrar. La pelota no me llegaba. Se jugaba en nuestra cancha o en la otra punta. Yo la miraba de lejos, esperaba que metieran un cambio de frente para arrancar en diagonal como una daga. Clavarla al segundo palo con pierna cambiada, de zurda. Gritarle el gol en la cara al seis, al laiman, pasar al lado del árbitro y gritarle vamos vamos, que siguiera.
El cuatro se proyectaba y no me la tocaba, llegaba hasta tres cuartos y tocaba al medio. Cagón, tenía miedo el puto, porque a mí no me tocaba bajar a cubrirle las espaldas. Si se iba atrás de él, a mí me habían dicho que no bajara.
Me daban algunas pelotas, más bien me llegaban cuando trababan fuerte o la pilfiaban. Se la pasaba rápido al cuatro, para que me la siguiera tocando. Pero el puto descargaba para el medio o tocaba para delante. Me tenía bronca. En un tiro me saqué y lo mandé a la mierda, todos se me quedaron mirando. Agaché la cabeza y me fui para delante, el cuatro hizo señas como que estaba loco. No lo quería embocar porque me iban a echar al toque, aunque fuera de los míos.
No entendía nada. Pelotudo cuatro de mierda. El presidente me había venido a buscar a mi casa, ¡a mi casa! No por cualquiera el presidente de Deportivo Barranca se acerca hasta la casa. Él había entrado por la ventana. Yo hacía cuatro años que estaba en el club. Me había comido las inferiores, la sexta, la quinta y la reserva. Ahora estaba en primera.
Me calenté y no se la di más. Se me empezó a acercar el cinco, me hacía señas con las manos. Cada vez que me llegaba, la levantaba y se la daba redonda. El cinco asentía y le metía para delante. Eso era un cinco. Le metía violencia. Cortaba bien y arrancaba para delante, armaba la jugada, se la acercaba al diez que la ponía como un guante, le metía el sablazo al nueve o la rumbeaba para el costado. O la dormía y hacía la boba, se iba sacando de encima todos los mutantes. Era glorioso verlo. Le bailaba el pelo lacio, iban pasando de largo el cinco del contrario, el otro volante, luego despacito la acariciaba y lo dejaba mano a mano al rulo o la abría para los que corríamos por las puntas. Era hermoso lo que hacía, me hacía acordar al Laguna de mi cuñado. Lo mejor era cuando el once la paraba, hacía pasar de largo al cuatro contrario y se la devolvía para atrás, para que fusilara el arco. Le había contado diez goles así este campeonato.
Empecé a comérmela. Cuando me llegaba la tenía todo lo que podía. Todos querían sacármela. La aguantaba y cuando veía que uno se desmarcaba tiraba el pase. Preciso. Certero. Me gritaban. Me reclamaban que jugara al primer toque, que la largara. No entendían nada. ¡Eso tenía que hacer un win! Gambetear a quien le saliera, picar, hacer auto pase y recién ahí tocarla. A Labruna no le decían nada cuando agachaba la cabeza y picaba contra la raya, a Ortega no le gritaban nada cuando se la comía en River, cuando en la selección la aguantaba hasta que tiraba el pase. Yo hacía lo mismo. Quebraba cintura, esquivaba a los que se me iban abalanzando. Esperaba que gritaran ¡ole!, que se pararan para alentarme.
El dos nuestro me miraba feo. Estábamos perdiendo dos a uno. Más todavía tenía que desbordar, intentar ponerla en la cabeza del rulo o tirar la diagonal y hacernos subir al camión de la gloria.
Faltaba el último minuto. El cuatro ya ni se preocupaba por pedirla. Me llegó justita, justita. Había estado esperando una de esas toda la tarde. Tres cuartos de cancha, sobre la derecha, el tres encima, me lo sacudí con un amague y arranqué como loco. Vi que el ocho nuestro me tiraba una patada voladora, me agaché y pasó de largo. Lo medí al seis contrario, me salió y le metí un caño. Seguí como loco, el laiman me miraba embobado. Bajó el cinco de ellos, se tiraba atrás porque tenían miedo y al dos por las dudas lo habían mandado de líbero. Estaban rabiosos, todos los nuestros me desconfiaban y querían quitármela. Avanzaba, vi que nuestro cuatro se acercaba al laiman y le di la espalda, avancé, el árbitro corría a mi lado y era mi mejor cámara, “Siga siga” me decía sin mover los labios. Me acercaba a la media luna, el cinco de ellos se tiró a los pies por miedo un metro antes, lo eludí haciendo una bicicleta y me salió el dos, le amagué para afuera y encaré para adentro, quedó tirado, estaba contra el arquero, tiré el peso del cuerpo, tomé aire, respiré fuerte y sentí, sentí, me vi festejando, en un segundo antes de picársela por arriba vi llorar al arquero, lo vi llorar, lo vi llorar y la mandé bien adentro, por arriba, la pelota voló y se coló, se coló y corrí, corrí y corrí al corner a abrazarme con la tribuna, a entregarme a todos esos que lo único que esperan es a que llegue el domingo para venir a alentar al Barrancas, corrí y me tiré cerca del banderín, corrí y  abrí los brazos bien anchos, bien anchos porque quería abrazar a toda la tribuna, a toda la tribuna y a Dios que me había hecho hacer ese gol, a toda la tribuna le abrí los brazos y los sentí, sentí un sillazo violento de la platea y no entendí, hasta que entendí que era la visitante y sentí que me alzaban, que me salvaban y me llevaban a festejar con los míos, que me levantaban en andas y me llevaban a la gloria, a la gloria que habíamos conseguido peleando hasta con nosotros, a la gloria eterna, abrí los ojos y no lo podía creer, miré el tanteador y vi el uno dos, vi el uno dos y no entendía que habíamos perdido, miré para abajo y no entendía por qué los de La bajada me llevaban en andas, no entendía por qué los de la platea y los de la popular me querían linchar, no entendía cómo era que no me habían puesto de siete y me habían dejado a un costado a alcanzar las pelotas.


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